martes, 18 de octubre de 2011

CUADERNOS DE LITERATURA

CUADERNOS DE LITERATURA Nro. 5
EDICION ESPECIAL
POR NOEMI CARRIZO
EXCLUSIVA PARA RADIO CAPITAL DEL SUR

Custodios
Tenía veinte años y estaba contrita. Un rayo repentino había deshecho mi hogar, abandonándome en un desierto interior. Se me ocurrió llamar a un compañero de facultad, a la que ya no asistía, del cual no recordaba ni siquiera el apellido. Con paciencia y sobreponiéndome a los inocuos calmantes, busqué página por página en mi agenda hasta que “lo adiviné”. Al oír mi voz, se puso contento: “Mañana inscriben en Literatura Argentina. ¿Vamos juntos?” Y renací. No importa (¿o sí?) que, con el tiempo, ese muchacho milagroso se transformara en mi marido y padre de mi hija, tampoco que aún hoy sea un número factible de marcar, si lo necesitara, aunque hace rato que sólo seamos excelentes amigos y compinches.
La señal para la supervivencia me llega casi siempre. Tengo una breve oración que convoca a los seres celestes: “Orden divina. Dios está a cargo”, la que repito cuando algún límite me paraliza. Una fe en la armonía universal hace que encuentre a la persona, el volumen o el escenario adecuados y, fundamentalmente, me ubique en la paz necesaria para tomar medidas en los momentos álgidos. Prácticamente sola, con mi madre enferma, se abrió una puerta y apareció una prima lejana que me acompañó hasta el final de tan penoso trecho. En las fiestas, uno siempre está acompañado, hasta por los extraños, pero en los pesares, contratiempos o traspiés, el mundo suele vaciarse ¡y de golpe! La noche del último domingo tropecé y caí, estando rodeada de tres amigos. Sin embargo, el desconocido que me levantó, mirándome a los ojos para ver cómo me sentía, no me soltó de sus brazos hasta convencerse que podía seguir mi marcha. No olvidaré su rostro joven y compasivo, indiferente a los que me acompañaban, sólo intentando socorrerme, asegurarse que podía continuar…
Suelo llamar a esta gente como la gente “mis ángeles tutelares.” Creo que asisten si uno les alza las banderas. En mi primera entrevista con un director periodístico ¡del que tanto aprendería!, me pidió que escribiera, allí mismo, el horóscopo de la semana. Cuando lo aceptó complacido, aumenté mis pretensiones: “Está bien”, no dudó, “quédese como redactora.” Dios, ¿sería posible?
Hace unos meses, asistí a una consulta jurídica y me encontré con mi casi adolescente ex­-compañero de periodismo, ahora abogado y titular de la firma, que no sólo me solucionó el percance, sino que agregó beneficios impensados a la gestión. Y todo absolutamente gratuito. Y las redes sociales, a las que, al menos por ahora, me resisto, aunque me tientan, ofrecen sus milagritos de ida y vuelta, de “¿te acordás, hermano, qué tiempos aquellos?” O la frase salvadora o la dirección necesaria o aquel primer amor, ¡redivivo y coleando! “El que me busque, me encontrará” dijo el Altísimo, ¡y en tantos rostros repetido! Escribe Borges: “Tal vez un rasgo de la cara crucificada acecha en cada espejo; tal vez la cara se murió, se borró, para que Dios sea todos.” Y mi amiga de la infancia acudió a la revista donde trabajaba, con sus mismos hoyuelos, y una lectora, Cecilia, de Mendoza, me envió las cartas manuscritas de Antonio Di Benedetto, escritor que admiro, y cuando digo “¿qué busco?” y toco, al azar, los adornos de mi biblioteca, se cae en mis manos el libro necesario para mi próxima columna. Me esfuerzo por ser una mujer pragmática, pero sin estas historias, paganas o deíficas, mis días tendrían menos algazara, menos promesas, menos certidumbre de la justicia divina, que supera a la humana. Y existieron manos que detuvieron “el mandarme” en una calle, un destino, una réplica, un furor…gracias. Fueron decididas, arriesgadas, temerarias. Se expusieron. Me salvaron del atropello que deviene del impulso sin reflexión. A algunas de ellas las perdí con los años o se perdieron o nos perdimos. Pero vivo atenta, no me distraigo (salvo ante una baldosa rota, claro). Encuentro mi salvación en una párrafo de Murakami o de Dostoievski o de Kavafis ("No has de temer ni a los lestrigones ni a los cíclopes, / ni la cólera del airado Poseidón. / Nunca tales monstruos hallarás en tu ruta / si tu pensamiento es elevado, si una exquisita /emoción penetra en tu alma y en tu cuerpo”); en una flor repentina surgiendo de mi planta más rebelde; en el “¿Ya venís?” de mis hijos; en el “yo te ‘quiero’ mucho, ‘Noemí’”, de Barbarita, en el Ariel que me deja pasar mis dedos por el esplendor de su pelo “para acariciarte las neuronas, ¡tan nuevecitas!”; en usted, que ahora me lee, tal vez en su desayuno dominguero, ¡y me lo cuenta! y en José, de San Miguel de Tucumán, que con sus 19 años, me escribe que le resultan “copadas” mis columnas, lo ayudan a comprender y a “¡ponerse en mi lugar!”…Gracias, José.
¡Ah, la vida! Como el Hamlet de Shakespeare afirmaba: “Hay más cosas en el cielo y la tierra, Horacio, de las que se sueñan en tu filosofía”.