domingo, 17 de julio de 2011

La columna de Noemí Carrizo

La columna de Noemí Carrizo
Exclusivo para Radio Capital del Sur

Grietas que salvan

Hay golpes en la vida, tan fuertes… ¡Yo no sé! / Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos, / la resaca de todo lo sufrido / se empozara en el alma… ¡Yo no sé! / Son pocos; pero son… Abren zanjas oscuras / en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte. / Serán tal vez los potros de bárbaros Atilas; /
o los heraldos negros que nos manda la Muerte. / Son las caídas hondas de los Cristos del alma, / de alguna fe adorable que el Destino blasfema. / Esos golpes sangrientos son las crepitaciones / de algún pan que en la puerta del horno se nos quema. Y el hombre… pobre… ¡pobre! Vuelve los ojos, como /
cuando por sobre el hombro nos llama una palmada; vuelve los ojos locos, y todo lo vivido / se empoza, como charco de culpa, en la mirada. / Hay golpes en la vida, tan fuertes… Yo no sé!


El poema Los heraldos negros del peruano César Vallejo describe la inclemencia con que el azar puede sorprendernos. Su exacerbado grito de interrogación ante lo ignoto y oscuro de la rasgadura que nos parte en dos, recaba en la insignificancia del hombre, incapaz de explicarse la causa de un dolor, que muerde, lastima, enmudece, llaga. Ya Michel de Montaigne se hizo grabar una medalla con el lema Que sais-je? (¿Qué sé yo?) que, para algunos biógrafos, era la divisa de su casa. El eterno enigma ante el silencio divino. El mismo arcano que hizo volver la cara hacia el cielo, al existencialista Albert Camus, ante un niño muerto en un accidente de tránsito, para comentarle, luego, a sus amigos: ¿Vieron? No contesta.

Pero Jorge Luis Borges, ofrece su clave y nos descifra, en otro poema (Para una versión del I King), el signo que rescata de los hados implacables:

El porvenir es tan irrevocable / como el rígido ayer. No hay cosa / que no sea una letra silenciosa / de la eterna escritura indescifrable / cuyo libro es el tiempo. Quien se aleja / de su casa ya ha vuelto. Nuestra vida / es la senda futura y recorrida. / El rigor ha tejido la madeja. No te arredres. La ergástula es oscura, / la firme trama es de incesante hierro, / pero en algún recodo de tu encierro / puede haber una luz, una hendidura. / El camino es fatal como la flecha. /Pero en las grietas está Dios, que acecha.

La poesía de Borges, se refiere a lo fatal del destino humano, pero instala, a través de un intersticio, la cara de Dios, atisbando. Es por esa resquebrajadura, traducida casi siempre en sufrimiento, donde una fuerza intrínseca nos devuelve la esperanza. Y seguimos adelante…
En mi caso personal, miré a través de la rendija y divisé la mirada perenne e inexorable, siendo una nena azorada ante el descubrimiento de la soledad. Algunos amores y los hijos, mi oficio de entretejer palabras, frentes diáfanas, manos en mi hombro, un paisaje de montañas, el torrente sanguíneo en el torso de una Venus griega, una estrofa de Itaca de Constantino Kavafis (No temas a los lestrigones ni a los cíclopes / ni al colérico Poseidón, / seres tales jamás hallarás en tu camino, / si tu pensar es elevado, si selecta / es la emoción que toca tu espíritu y tu cuerpo), el mar en invierno, un frase ajena definiéndome, me aseguraron que la Armonía Universal, con su justicia poética, me avizora.
Hay nimiedades que me abren fisuras luminosas: peinar a una niña, tender la mesa cuando anochece, atender un llamado presentido, dar con el vocablo justo, hallar en mi correo alientos como brasas, toparme con un prójimo semejante, sentirme aceptada, recibir un abrazo, sospechar que me aman, cantar un arrorró, preparar un bocado, lavar los platos con esmero, planchar una camisa como si rozara una espalda, decir “te necesito”, sentirse anhelada. Nimiedades.

“La felicidad”, afirmaba Cicerón, “no está en los placeres, ni en las diversiones, ni en la alegría; se encuentra, a pesar de la tristeza, en la firmeza y la constancia.”

El albur que castiga, también premia, si se está dispuesto a ponerse de pie, ¡una vez más!, recordando que una roca puede transformarse en estatua y una sola caricia salvar, no sólo al que muere, también al que mata, aunque sea inadvertidamente